la vida en las ventanas

Su ausencia la había encerrado en un mundo interior, cerró puertas y ventanas para que nada ni nadie le hiciera ni un solo rasguño a su ya débil corazón. Pero nada impedía que cada mañana la luz se colara hasta su habitación por el pequeño agujero que un día el granizo dejó en la persiana, la vida que su corazón blindado se negaba a vivir. Aquella mañana se asomó tímidamente a su ventana, nunca hasta entonces había llegado tan lejos, pero algo la impulsaba. Antes sus ojos un abismo, no peor que el que vivía en su interior.

vidas atrapadas

Presa por la ira fue cerrando las ventanas de la casa una a una, el crujir de la madera aun le retumbaba en su interior, carcomida como los corazones de quienes la habitaban, personas que dejaron de vivir cuando aún no estaban muertas. La carcoma aún no había llegado hasta el suyo, pero notaba su presencia, acechaba desde cualquier rincón de la casa. Cada uno de esos verdes ventanales eran un miedo a superar, un saltar al abismo o continuar presa por ellos, un vivir o morir.

cómplices

Brick hacía tiempo que no se mantenía sereno ni un solo día, Skipper ya no estaba, y se había abandonado definitivamente al alcohol, le ayudaba a olvidar aquella noche fatídica y el hecho de no volverlo a ver nunca más. Como cada noche Maggie le subió una botella de bourbon, pero no lo encontró dentro la habitación, la suave brisa entraba desde el balcón abierto, haciendo revolotear las cortinas. Recogió la botella y los vasos vacíos que restaban sobre la cómoda de todo el día y llenó dos vasos nuevos. Antes de subir a la habitación también cogió unas cuantas galletas que aún había en bandejas en el jardín, de la fiesta de cumpleaños de Harvey ‘Big Daddy’ Pollitt. Lo encontró sentado en el suelo de la terraza, abandonado en sus pensamientos. Maggie se sentó a su lado, le dio uno de los vasos de bourbon y dejó el plato con las galletas en el suelo. Apoyó la cabeza sobre su hombro. Aquellos momentos de silencio entre los dos siempre habían sido mágicos, sin decir nada cada uno sabía lo que quería decir el otro, sin decir nada se lo decían todo. Pero a pesar de aquella complicidad del largo de los años Maggie sabía que el corazón de Brick nunca había sido del todo suyo, aunque nunca se lo había dicho. A la vez, cada uno cogió una galleta del plato, el roce de sus dedos hizo que se mirasen unos instantes, una lágrima bajaba por la mejilla de Brick. Ella se aferró a su brazo, fuerte, le quería decir que comprendía su dolor, lo compartía. Él la acercó aún más a él, le pasó la mano por su cabello, cómplice.

Inspirat en la pel·lícula La gata sobre el tejado del zinc

l’oblit

Gairebé havia viscut tota una vida, a ulls de la resta ja l’havia viscut tota sencera, però ell encara sentia que li faltava viure’n mitja, aquesta mitjana en què havia estat tan lluny d’ella. 

Cada tarda agafava el seu cotxe, ja vell igual que ell, i la visitava en el seu món de passejos de vespre vermells i ataronjats, d’avions sobrevolant sobre el seu cap somiador, de tardes d’hivern a la vora del mar blau cel, turquesa, cobalt, el seu món de records gairebé en l’oblit. 

Ella moriria sense saber si l‘havia arribat a estimar mai. Ell moriria sabent de tot l’amor que ella havia guardat per a ell.